“Todos somos unos genios. Pero si juzgas a un pez por su habilidad de escalar un árbol, vivirá su vida entera creyendo que es estúpido”.
Albert Einstein.
Podemos tomar esta popular frase de A. Einstein para reconocer la existencia de diversos estilos de aprendizaje, tipos de inteligencia e intereses, cultura, experiencias, entre otras cosas, que implican la diversidad. Pero también, es importante reconocer las diferencias en las prácticas de enseñanza cotidianas en las escuelas.
Sabemos que la educación es uno de los derechos humanos básicos, por lo que es inherente a todas las personas. Sin embargo, en muchas ocasiones, las diferencias individuales no son tenidas en cuenta al momento de educar, por lo que se plantea una propuesta educativa homogénea, que enseña por igual a todos sus alumnos, o incluso deja por fuera a quienes son considerados diferentes. Citando a Perrenoud, “si se brinda la misma enseñanza a alumnos cuyas posibilidades de aprendizaje son desiguales, solo es posible que se mantengan las diferencias entre ellos, y acaso, que aumenten”. Entonces, ¿cómo educamos en la diversidad? Construyendo una nueva escuela, para todos.
Parece simple decirlo, pero lograrlo no es tarea fácil. Requiere mucha flexibilidad, ya que implica un cambio de paradigma en el que se busquen liberar barreras, a partir del reconocimiento de las diferencias y límites individuales, sin perder de vista que todos pueden aprender. Así, se puede dar lugar a un aula heterogénea, donde todos los alumnos, presenten o no dificultades, tengan la oportunidad de progresar y obtener resultados a la medida de su potencial real, tanto a nivel cognitivo, como personal y social.
Esto ya es considerado por nuestra ley, que enfatiza el derecho a la educación de todos los aprendices, brindándoles una propuesta pedagógica que les permita el máximo desarrollo de sus posibilidades, la integración y el pleno ejercicio de sus derechos. Pero ¿cómo llevar esto a la práctica? ¿Cómo educar a tantos alumnos diferentes? ¿Y los alumnos con discapacidades? ¿Pertenecen a la escuela especial? ¿podemos trabajar con cada uno y con todos?
Todos estos interrogantes pueden resolverse al comprender que el derecho a la educación inclusiva es un derecho humano, y que, como tal, abarca a todos los alumnos, por diferentes que sean. Incluye a Lucía, con su impecable letra cursiva y buenos modales, incluye a Tomás, que ama hacer dibujos en las tareas escolares, incluye también a Joaquín, que no se queda quieto y se pasa la clase dando vueltas por el aula, también a Sofía, que llora cada vez que tiene que entrar a la escuela. No queda por fuera Camila, que todavía no sabe leer, y tampoco Lucas, que nunca mira a los ojos y no sabe jugar con sus compañeros. Porque de esto se trata la educación, de inclusión, y de que cada uno tenga su lugar en la escuela. De ofrecerles a todos los alumnos la posibilidad de que aprendan, conozcan, interactúen y crezcan como personas.
Pero claro, del dicho al hecho hay un largo trecho… ¿Cómo hago esto en el aula? Abriendo la posibilidad de que los alumnos sean como son, y sean aceptados y tratados con equidad, disminuyendo las barreras que obstaculicen su aprendizaje. Ofreciendo a cada uno lo que necesita según sus cualidades o capacidades, y entendiendo que la discapacidad solo existe si una persona con una determinada deficiencia no puede realizar alguna actividad. Es por esto que nuestra tarea consiste en encargarnos de que cada alumno tenga acceso a aquellos apoyos o herramientas que requiera para participar en igualdad de condiciones de la educación y las tareas cotidianas.
Para esto, todos los alumnos deben tener un espacio para incluirse en la escuela, y se deben ofrecer currículos y recursos, pensados a partir del reconocimiento de las diversidades, para que todos logren alcanzar buenos resultados.
En síntesis, educar en la diversidad supone revisar la manera de organizar la enseñanza y la evaluación, dejando de esperar que todos hagan lo mismo, para entender y aceptar las diferencias, brindando todos los medios y apoyos necesarios para que cada alumno logre alcanzar su máximo potencial.
Una escuela que logre transformarse de este modo, para educar a todos sus alumnos, será una verdadera escuela inclusiva, que eduque en la diversidad.
Paula Ruiz Vila.
Licenciada en Psicopedagogía.