“NO SE TRATA DE TENER DERECHO A SER IGUALES, SINO DE TENER IGUAL DERECHO A SER DIFERENTES”
En esta viñeta podemos ver, en forma gráfica y apuntada al humor, cómo una docente percibe a sus alumnos según sus características personales, actitudinales o físicas, determinando como “normal” al alumno que más se asemeja a ella. Podríamos pensar que esta docente está categorizando, discriminando o incluso prejuzgando a sus alumnos, por el simple hecho de ser diferentes a ella. Pero, si pensamos en profundidad, sabemos, a partir de lo que S. Freud escribió, que todo chiste tiene algo de verdad. Entonces… ¿qué encontramos de verdad en esto?
Encontramos una sociedad que busca determinar quién es diferente, y etiquetarlo como tal, incluso si se tiene como objetivo ayudar o brindar herramientas. Encontramos que aparecen preguntas del tipo “¿Tiene diagnóstico?”, “¿Pero qué tiene?”, “¿Por qué es así?”, “¿Qué le pasa?”.
Esto es de lo más común en el mundo en que vivimos, ya que acostumbramos a ordenar, agrupar, diferenciar… pero ¿por qué nos esforzamos tanto en poner nombres, etiquetas o diagnósticos? ¿Con qué objetivo nos proponemos determinar quién es diferente? ¿Buscamos entender las diferencias para poder ayudar? ¿O buscamos, acaso, etiquetar y segregar a quien no es como el resto?
A partir de estos interrogantes es que podemos tomar este fragmento de la Declaración de Salamanca (UNESCO, 1994):
“…“Me es muy difícil entender la naturaleza de todas las cosas, es natural ser diferente, esta diferencia nos hace únicos ante los demás… entonces ¿por qué me señalas como diferente a ti?; ¿acaso no somos distintos y por lo tanto en esencia lo mismo?»
Al leer y releer esta cita, sólo puedo encontrarla cada vez más lógica y con mayor sentido. ¿No somos todos diferentes? Altos, bajos, rubios, morenos… ¿No son nuestras diferencias las que nos determinan como iguales? ¿Y en la escuela? ¿No son todos los niños diferentes? ¿Podemos pretender encontrar un aula llena con un solo tipo de alumno, en la cual todos trabajen al mismo ritmo, a todos les interesen por igual todas las áreas y contenidos, y todos aprendan igual?
Sabemos que esto no es posible en la realidad, ya que al entrar al aula nos encontramos con un grupo de niños con distintas historias de vida, experiencias, valores, conocimientos, aptitudes, miedos, fortalezas y debilidades. Encontramos alumnos que copian rápido, y otros que a la hora del recreo todavía no copiaron ni la fecha. Alumnos organizados, alumnos que no se quedan quietos, alumnos con cartucheras llenas de colores, y alumnos que pierden los útiles cada media hora. Encontramos alumnos que se la pasan conversando en la clase, y alumnos que lloran por cansancio o por querer irse a sus casas. Encontramos alumnos que entienden rápido las matemáticas, y otros que son excelentes dibujando. Encontramos alumnos que escriben con hermosa letra, y alumnos que escriben con letras al revés… Encontramos alumnos que, con todo lo que traen, asisten a la escuela para aprender, para crecer, para jugar, para formarse como personas y como ciudadanos. Encontramos, simplemente, alumnos.
Hasta aquí hemos establecido que todos somos diferentes, y por ende, iguales. Pero ¿qué pasa cuando un alumno es “demasiado” diferente? Podemos decir que lo integramos en el aula, que él trabaja, quizás con su maestra integradora y que ella lo ayuda y ¿le enseña? Esto es, claro, siempre y cuando el alumno pueda adaptarse y cumplir con los requisitos de la escuela a la que asiste… Aquí es donde vemos que lo que la integración busca, es que el alumno se adapte al resto, que se normalice entre los demás alumnos para participar, e ¿intentar ser “como el resto?.
Por otro lado, la inclusión va mucho más allá, ya que no se espera que todos hagan lo mismo; sino que se espera lo máximo de cada alumno, en una escuela que les brinda todos los medios y apoyos necesarios para que alcancen su mayor potencial.
Es así que la inclusión pone como base las diferencias entre personas, considerando que cada uno nace con una carga biológica diferente y se desarrolla de diferente forma según su contexto social, cultural, económico y educativo. Por lo tanto, implica construir una escuela que pueda educar a todos sus alumnos, respondiendo a las necesidades individuales. Apunta a eliminar o minimizar las barreras que limitan el aprendizaje y la participación de los alumnos, y percibe la diversidad como un valor y no como una causa de exclusión.
Lo planteado hasta ahora suena como una utopía lejana al contexto actual, ya que propone un fuerte cambio de paradigma, que requiere una gran transformación de las escuelas y de la forma de concebir la educación y la evaluación, e implica, entre otras cosas, el diseño de propuestas o actividades efectivas en las que puedan participar todos los alumnos.
La inclusión, entonces, se trata de que los alumnos, con o sin discapacidad, estudien en escuelas y aulas comunes, compartiendo un currículum común con el resto. Aún así, pueden requerir de configuraciones de apoyo o adecuaciones curriculares para acceder al mismo. Éstas se diseñan en función de las barreras que condicionan el aprendizaje y la participación, y tienden a aumentar sus niveles de habilidades para participar, aprender y superar las metas establecidas, buscando generar un menor grado de dependencia y mayor autonomía.
Es por tanto que, en una escuela inclusiva, no se trata de tener derecho a ser iguales, sino de tener igual derecho a ser diferentes.
Paula Ruiz Vila.
Licenciada en Psicopedagogía.